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domingo, 7 de mayo de 2017

Viviendo en fidelidad con nuestro Dios y Salvador.

Hablamos aquí de la amistad entre Dios y los hombres, cada uno de los hombres, amistad que encuentra su raíz en los dinamismos fundamentales inscritos en nuestro ser.
Al crearnos por amor, Dios nos ha llamado a todos a comunicarnos con Él, a la amistad con Él, a entrar en comunión con Él, a participar de la plenitud de Vida y Amor que constituye su misma esencia. Tal es el Plan de Dios. Tal es el hermoso designio divino para cada uno de nosotros. Sin embargo, luego del pecado original, ruptura fontal, el hombre se aleja de su Creador. El cumplimiento de este llamado habrá de esperar, pues, el don de la Reconciliación que, por iniciativa divina, nos es dado en el Señor Jesús tras un largo proceso de preparación.
En dicho proceso el Señor nos muestra cómo Él es siempre fiel a ese amoroso compromiso de los orígenes. Eso le fue enseñado ya en el Antiguo Testamento al pueblo escogido, a Israel: "Yahvé tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda su alianza y amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos" (Dt 7, 9). Esa fidelidad de Dios ha sido testimoniada en la Encarnación del Hijo y en su entrega por nosotros en su obra de Reconciliación (2Cor 5, 18-19; Jn 3, 16). Esa fidelidad de Dios nos ha sido testimoniada a la luz de la plena revelación del Señor Jesús en el Nuevo Testamento. Así nos dice el Espíritu Santo a través de San Pablo: "El mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama y es Él quien lo hara" (1Tes 5, 23-24).
Pero mientras que Dios es siempre fiel a su amor en favor del hombre, por nuestra parte debemos corresponderle con nuestra fidelidad a Él, la misma que se expresa en nuestra fidelidad en el cumplimiento de su Plan de Amor para con nosotros. De nada servirá contar con la fidelidad del Señor si no colaboramos con una respuesta activa. Acordémonos de que "no todo el que diga Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad del Padre celestial" (Mt 7, 21). Y porque nuestros dinamismos fundamentales están orientados en esa dirección de nuestro encuentro con Dios, nuestra respuesta cada vez más fiel a su llamado será para nosotros un impulso creciente en la senda de nuestra realización como hombres. El camino de la fidelidad al Señor es el camino de fidelidad a nosotros mismos.

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